Quito, 6 de junio (API).- Tuvimos una oportunidad única y que rompe la trivialidad de la investigación periodística. Ingresamos en la Casa de la Selección con “acceso total”, una de esas ventajas que pocas veces los comunicadores tenemos. Al entrar por el acceso principal, se sintió ese aroma a fútbol. Los muchachos de las fuerzas básicas de nuestra selección correteaban en una de las canchas alternas del complejo.
Ingresamos a las instalaciones, la primera parada: el lugar más especial de la morada Tricolor. Cuando un amigo se va, se hace cancha si fue futbolero. Eso paso con el “Chucho” Benítez que revive cada que alguien pisa la cancha que lleva su nombre, un campo verde como un tapizado encerrado por mallas y una colina gigante en donde se chocarán los cambios de frente no tan prolijos.
Y nos fuimos para la piscina. Ese lugar en sí mismo relaja, hay un silencio que invita a ser profanada por una salsa pegajosa en aquel jacuzzi de los videos, esas postales llenas de sonrisas donde nuestros gladiadores demostraron que son una familia que canta y baila en coro las canciones que nos mueven a todos.
Luego vinieron las habitaciones. Las camas tendidas y templadas, las televisiones y el balcón amplio con un columpio generoso que da espacio para tres. El lujo de la sencillez, esos lemas que nos llevaron a conseguir cosas enormes y ponernos en el mapa de un mundo que casi siempre fue egoísta con nosotros. Al fondo del pasillo está el cuarto de Don Reinaldo Rueda. Una suite completa y con lo necesario. Una sala de reuniones amplia con balcón y mucha luz. Una recámara perfectamente ordenada con un pizarrón en el costado como para ensayar en secreto lo que ha de aplicar en el verde césped.
Llegó el turno de la cocina. Los olores de nuestros condimentos llenaron el lugar. Las ollas de menestra hirviendo, el arroz blanco y el filete de pescado. Nuestras chefs con la alegría de un merengue hablaban de cómo nuestros seleccionados van al comedor y pasan el tiempo conversando, haciéndose bromas, pidiendo la repetición, porque en ella está el gusto, porque no hay comida como la nuestra.
Los camerinos y la utilería. Allí las camisetas tricolores guardan orden y los zapatos marcan un matizado y rompen la armonía del amarillo, azul y rojo. Todo se ultimaba, los últimos detalles para ir a Brasil andaba a tiro de estar listos y la organización era obligación y lema de los empleados de la Casa.
Finalmente, el paseíllo final hacia la puerta. De vuelta al mundo que parece no guardar tantos significados, donde la mística aparece a ratos. La Casa de la Selección invita a concentrarse, invita a quedarse tranquilo y esperar por la gloria. En su estilo, parece un laboratorio dedicado para los científicos del balón, un hogar para los sueños de esta nación pequeña de tamaño pero grande de corazón. Se mantiene esa confidencialidad, todo se queda puertas adentro, pero los entretelones hablan por sí solos, se percibe ecuatorianidad y el país se ve reflejado en ese epicentro futbolero.