EFE
La fuerza ofensiva y la intensidad del Bayer Leverkusen desdibujaron de principio a fin al Atlético de Madrid en el partido de ida de los octavos de final de la Liga de Campeones, con un mínimo castigo, el 1-0, a la espera de la vuelta en el Vicente Calderón y de una versión más reconocible.
Un solo gol en contra, transformado por Hakan Calhanoglu en el segundo tiempo, y los 90 minutos que quedan de la eliminatoria, el próximo 17 de marzo en Madrid, es lo mejor que saca el conjunto madrileño de su visita al Bay Arena y de su duelo de este miércoles con el Leverkusen, que minimizó durante todo momento al Atlético.
El equipo rojiblanco, hoy de gris, construyó el inicio de su visita a Leverkusen desde la idea de controlar las trepidantes y masivas transiciones ofensivas rivales. Ni quería contragolpes ni faltas cercanas ni saques de esquina de su adversario. Ni un solo despiste ni pérdida que lanzara la velocidad de su oponente.
En la táctica se movió el Atlético desde el comienzo del duelo, bajo los parámetros esperados, con dosis de precaución en el juego del bloque madrileño, tan pendiente de frenar los mecanismos ofensivos de su rival y tan presionado cuando tuvo el balón que nunca surgió su potente ataque de siempre, salvo momentos fugaces.
Su intensidad fue insuperable para el Atlético, acosado insistentemente en cualquier sector del campo por el que circulaba la posesión visitante, sometido por el vértigo con el que se desplegó el Leverkusen cuando robó la pelota, enredado en ataque, desbordado por momentos y doblegado en cada segunda jugada, en cada balón dividido por alto y por bajo.
Por la izquierda, un flanco descontrolado todo el primer tramo del choque, sufrió muchísimo el brasileño Guilherme Siqueira, después reemplazado por lesión superada la media hora por Jesús Gámez. Antes del descanso, el Atlético perdió a otro efectivo por un golpe: Saúl Ñíguez, sustituido por Raúl García en el minuto 42.
Salió indemne el equipo madrileño de la primera media hora y de unos cuantos sustos para Moyá, exigido en un par de apuradas salidas, amenazado en varios centros al área, uno de ellos salvado bajo palos por el croata Mario Mandzukic, y aliviado cuando la cruceta rechazó un zapatazo desde 30 metros del central Emir Spahic.
Nunca se sintió cómodo el Atlético. Ni siquiera cuando resurgió en el tramo final del primer tiempo con dos golpes casi seguidos, pero parados con dos manos sensacionales por el portero Bernd Leno, la primera con la derecha, cuando el francés Antoine Griezmann apuntaba al gol, y la segunda, aún más difícil, de forma extraordinaria a una media chilena del portugués Tiago Mendes.
Una reacción apagada ya en el inicio de la segunda parte. No le duraba nada la pelota al Atlético. Y no le daba respiro el Leverkusen, que ganó el enésimo balón dividido en el minuto 56, esta vez con destino a los pies de Bellarabi, veloz en la conducción y hábil para habilitar a Hakan Calhanoglu, ya dentro del área, que se pasó el balón de una pierna a otra y lanzó un derechazo definitivo.
1-0 en contra para el conjunto rojiblanco, necesitado de mucho más que un par de ocasiones. El partido, y el marcador, requerían más del Atlético, más combinación, más precisión, más profundidad y más llegada sobre el área contraria. No aparecían ni una sola vez en ataque los laterales, no había ninguna pared, ninguna ocasión más.
A contrapié, porque cada rechace caía en las botas locales, y sin la fórmula para llevar el juego hacia la portería rival en condiciones para aprovechar las cualidades de sus delanteros, ya con Fernando Torres sobre el césped en lugar de Arda Turan, el Atlético empujó en la persecución de un empate que nunca logró.
Lo tuvo Fernando Torres, cuyo remate chocó contra el portero, y lo rozó en un saque de esquina que salió fuera antes de que el atacante la impulsara con la cabeza a la red, como también tuvo el 2-0 el Bayer Leverkusen, al que el conjunto rojiblanco aguantó en inferioridad numérica el último cuarto de hora con la expulsión de Tiago, la última mala noticia de un Atlético hoy irreconocible.