Curiosidades

La historia del mayor estafador del fútbol

Dentro de la rica historia del fútbol, hay muchas escritas con gloria de grandes jugadores que han lucido toda su magia en las canchas, otras de jugadores que sin tener mucho talento se han abierto camino en este deporte, pero la del brasileño Henrique Raposo destaca por lo increíble de sus características.

Sin ser verdaderamente un futbolista, Raposo no solo que fingió serlo durante 20 años, sino que en ese tiempo llegó vestir las camisetas de grandes equipos de Brasil, además de estar en México y Francia.

Pero, las camisetas solo las vistió, debido a que en las canchas apenas si estuvo, teniendo siempre una artimaña lista para salirse con la suya y pasar de equipo en equipo sin jugar un solo minuto.

Por su parecido físico con el alemán Franz Beckenbauer, fue apodado con el apelativo de ‘El Kaiser’, comenzando su carrera de estafas en 1986, cuando, gracias a una amistad con Mauricio, ídolo del Botafogo, consiguió su primer contrato profesional con este club, aunque nunca llegó a jugar un solo minuto.

«Hacía algún movimiento raro en el entrenamiento, me tocaba el muslo, y me quedaba 20 días en el departamento médico. En esa época no existía la resonancia magnética. Cuando los días pasaban, tenía un dentista amigo que me daba un certificado de que tenía algún problema. Y así, pasaban los meses», confesó el mismo Raposo.

Pese a esto, y gracias a su facilidad de palabra y amistades con grandes figuras del mundo del deporte, su carrera no quedó ahí, pasando a la siguiente temporada al Flamengo por la relación con el referente de este equipo, Renato Gaúcho.

Aquí, la historia volvió a repetirse: «Sé que Kaiser era un enemigo del balón. En el entrenamiento acordaba con un colega que le golpeara, para así marcharse a la enfermería», comentó el mismo Gaúcho.

Como si no le bastara esto, Raposo se ingenió otra manera para impresionar a todos. Aparecía en los entrenamientos con un teléfono celular (símbolo de estatus en esa época) y fingía charlas en inglés con empresarios de Europa sobre su futuro.

Cuando la mentira se cayó y descubrieron que ni sabía inglés y su celular era de juguete, Raposo, con la ayuda de amigos periodistas, logró recalar en el Puebla de México y posteriormente irse a Estados Unidos, siguiendo con su treta de fingir lesiones y no jugar un solo minuto.

En 1989 regresó a Brasil y fichó para el Bangú, donde estuvo a punto de debutar, pero se las ingenió nuevamente para no hacerlo, peleándose con un hincha rival cuando estaba haciendo el calentamiento previo, siendo expulsado. Antes de recibir el reproche del estratega, el estafador tuvo otra idea genial y le dijo al DT: «Dios me dio un padre y después me lo quitó. Ahora que Dios me ha dado un segundo padre –refiriéndose al entrenador- no dejaré que ningún hincha le insulte». El entrenador se conmovió y le renovó contrato por otros seis meses.

Con su habilidad para engañar, Raposo fichó por América, Vasco da Gama y Fluminense. El estafador explicó como hacía para tener tantas amistades y apoyo para negociar: «Nos concentrábamos en un hotel. Yo llegaba dos o tres días antes, llevaba diez mujeres y alquilaba apartamentos dos pisos debajo del piso en que el equipo se hospedaría. De noche nadie huía de la concentración, lo único que teníamos que hacer era bajar las escaleras».

Tras estos pasos, el brasileño fue contratado por el Ajaccio de Francia, donde estuvo cerca de quedar en ridículo en su presentación, cuando lo recibieron con muchos balones en el campo de juego para que probara su habilidad, pero otra vez logró salir bien parado: «Salté al campo, y comencé a coger todos esos balones y patearlos hacia los aficionados. Al mismo tiempo saludaba y me besaba el escudo. Los aficionados enloquecieron. Y en el césped ya no quedaba ni un balón», explicó.

Pese a un exitoso paso por muchos equipos, finalmente no jugó más que unos pocos partidos, retirándose de la carrera que nunca tuvo a los 39 años, sin remordimientos por lo que hizo: «No me arrepiento de nada. Los clubes han engañado y engañan mucho a los futbolistas. Alguno tenía que vengarse por todos ellos», cuenta, orgulloso, el mayor estafador de la historia del fútbol.

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