Zinedine Zidane está sentado en un palco del Stade de France de Saint Denis. A su lado, está su amigo Ronaldo. Pasaron muchos años desde 1998, pero el fútbol no pierde su magia. Aquella final del Mundial que ganó Francia, tuvo algo increíble dentro de la cancha: el nivel de Zidane, que hizo dos goles en la victoria por 3-1. No es que los azules fueran un equipo flojo, pero su 10 era tan pero tan bueno que parecía que con él solo alcanzaba. Algo parecido sucede ahora, pero del otro lado. Brasil vence a Francia, 3-1. El equipo de Dunga no es flojo, pero con Neymar alcanza.
Dunga apeló a la mística para este partido y llevó como ayudante de campo a Jairzinho, uno de los cinco enganches de Brasil del 70. Su argumento fue que quería contagiar el espíritu colectivo de ese equipo que logró no depender solamente de Pelé y llevar lo mismo a su equipo, pero con Neymar. Dentro de la cancha, le dio protagonismo al ágil William. Le dio confianza a Oscar, para que fuera quien manejaba los ritmos del conjunto. Cambió los laterales y jerarquizó los ataques por afuera con Danilo. Pero, aún así, chocó contra la naturaleza: el equipo no sólo volvió a depender de Neymar como en el Mundial de 2014 sino que dependió todavía más por una sencilla razón: Neymar cada día es mejor.
Francia jugó un buen partido. Presionó uniformemente, apostó por la tenencia de la pelota desde la capacidad de Matuidi para pensar el juego. Griezman, el delantero de Atlético Madrid, no estuvo tan desequilibrante como cuando lo dirige Diego Simeone, pero aún así tuvo un buen partido. Incluso, los galos arrancaron ganando con un tanto de cabeza de Raphael Varane. Pero, aún así, no pudo contra la magia de Neymar.
Brasil fue más organizado que en el Mundial. Todas las líneas rindieron. Hubo pocos jugadores que desentonaron. Sumó, además, a William, que es potencialmente un arma letal. Hicieron goles, incluso, Luiz Gustavo y Oscar. Pero Neymar está imparable y, en este continente, solamente, la verdad, puede compararse con Messi.
Fuente: CA2015