Lo que pasó lo hemos visto otras veces y no dejamos de disfrutarlo. El juego del Rayo es tan peligroso como afeitarse con una katana. Uno disfruta del apurado hasta que aparece el primer punto de sangre. En ese instante, se plantea la encrucijada: aterrarse o disfrutar del lunar rojo. Y en Vallecas gusta lo rojo. Entre las muchas aportaciones de Paco Jémez está la eliminación del miedo. No es fácil voltear de tal manera las cabezas. Lo común es que los futbolistas sean adiestrados durante años en no hacer lo que quiere Paco. Lo normal es patear el balón para alejar el problema. Lo extraordinario es jugar como un niño cuando has cumplido los treinta.
El Rayo completó una primera mitad fabulosa. Y no comparo su fútbol con el de otros modestos. Lo comparo con los grandes de España y, en consecuencia, de Europa. Pocos equipos hay capaces de superar al Madrid durante 45 minutos en posesión (61%) y ataque: once llegadas y siete saques de esquina contra ninguno.
El éxito de los locales fue coral. Trashorras brilló en la dirección, Bueno destacó entre líneas y Embarba lució como extremo izquierdo. Añadan perlas de Kakuta y la elegante sobriedad de Amaya y Zé Castro. No sólo era coraje y concentración. El Rayo burlaba la presión del Madrid con una calma asombrosa y una calidad no menos sorprendente. Ramos no dejó de achicar agua y Casillas recuperó la santidad que le niegan.
El mediocampo del Madrid se vio desbordado y en inferioridad de efectivos. Recordemos que al final jugó Bale. Cuentan que su pie maltrecho superó una prueba definitiva, como si en lugar del Rayo le esperara el Bayern. Alguien confunde las rotaciones con la guillotina.
En la segunda parte, el paso adelante del Madrid coincidió con el paso atrás de su rival. Si el Rayo fuera capaz de aguantar 90 minutos estaría en Champions. Además, el cansancio nubla la mente, y la perfección también agota. Sin balón, el equipo de Jémez fue un boxeador contra las cuerdas esperando el gong. A la tercera ocasión del Madrid (en diez minutos) comprendimos que Robin Hood no tenía escapatoria. Bale cabeceó cerca de la escuadra, Cristiano sufrió un penalti que el árbitro convirtió en amonestación a la víctima y un zurdazo de Marcelo silbó junto a un palo.
Ante semejante panorama, el primer gol llegó por condensación de oportunidades. Carvajal ganó la línea de fondo con una carrera que habrá que verle a Danilo y así propició el gol 300 de Cristiano como madridista, 37 en Liga.
El segundo tanto puso la guinda al sobresaliente encuentro de James. Durante muchos minutos, el colombiano había participado las mejores oportunidades de su equipo, casi siempre con pases certeros a la espalda de los centrales. Por fin, se reservó un balón para consumo propio. Entonces llegó, vio y marcó. Con la zurda, naturalmente.
El mejor premio para el Rayo fue la alegría de sus contrincantes al terminar el partido. Habían logrado un triunfo un vital ante un enemigo estupendo, una victoria tan sufrida como las que se consiguen ante adversarios históricos y en infiernos humeantes. El Madrid sigue en la pelea por el título, con una final menos y una cana más.
Fuente: As.com