Pudo haber sido el golpe definitivo a la Liga pero las ocasiones falladas por el Barça en el primer tiempo, de los mejores de la temporada azulgrana, permitieron al Sevilla rehacerse y llegar a empatar un partido que tuvo cuesta arriba futbolísticamente durante bastantes minutos. El empate aprieta la cabeza y deja en el barcelonismo un sabor más agrio que dulce por la forma en que se materializó, fruto de jugadas en las que el rival se llevó más premio del que merecía.
El Barça fue capaz de mantener a raya al monstruo sevillista hasta el minuto 38 de una primera parte antológica de control, dominio y anticipación del equipo azulgrana que, injustamente, se acabó marchando al descanso con una mínima ventaja de un gol. Ese sería el único defecto achacable a su fútbol-maravilla desde el minuto uno de partido, que sus delanteros se entretuvieron demasiado, probablemente porque viendo al Sevilla tan frágil y domado pensaron que la goleada vendría casi por defecto.
El fútbol, sin embargo, escribe la historia muchas veces al margen del guión futbolístico de la superioridad y el arte sobre el terreno de juego, plasmados en este partido por el Barça con trazos increíblemente admirables y se diría que a ratos irrepetibles.
Paredes, conducciones, cambios de juego, driblings y combinaciones mágicas dejaron casi sin aliento al Sánchez Pizjuán, donde Messi, Iniesta, Neymar, Busquets y Alves fascinaron por la calidad de su toque y una proverbial belleza en la concepción del juego. Sólo era cuestión de tiempo que el gol llegara, inevitablemente a pies de Messi tras una apertura de Neymar no menos brillante.
Cuando se desató la tormenta el Sevilla no sabía dónde esconderse ni cómo reaccionar, tocado no tanto por el impacto del gol como por la sensación de cierta impotencia.
El líder atesoraba sus méritos y en una falta cometida sobre Luis Suárez al borde al área, Neymar Jr. obtuvo el permiso de Messi para intentar, y conseguir, anotar por primera vez de libre directo. Una fantasía de gol que rubricaba la gran actuación azulgrana.
Como no podía de ser de otro modo, el Sevilla reaccionó como un animal herido. Hasta entonces, minuto 38 de este primero tiempo, el Sevilla ni había pisado prácticamente el área de Bravo, pero bastó un disparo de Banega fortísimo desde fuera del área para que el auténtico Sevilla, el que tanto ha intimidado en su estadio desde hace más de un año, enseñara los dientes y una fortaleza mental que iba a poner vedaderamente a prueba al Barça.
Ese gol cambió la atmósfera del partido. El Barça no dejó de insistir ni de hacerse con el centro del campo, entre otras cosas porque Iniesta se echó el equipo a la espalda como en los viejos tiempos, pero la transformación del Sevilla fue evidente.
Dejó de tenerle miedo al Barça, vio de cerca el milagro y la proeza de la remontada. Quería aprovechar esa fisura, la de un marcador sorprendentemente apretado, sin miramientos ni precauciones, yendo a por todas. Por eso Unai Emery envió a su equipo a por el Barça tras el descanso. Lo volcó literalmente, encendido, sobre su enemigo en busca de un gol que el Sánchez Pizjuán reclamaba con una animación impresionante.
Ya era el partido en el infierno pronosticado desde hacía días y alimentado por el juego poco convincente del Barça en Vigo y ante el Almería. La receta de la primera parte podía servir: manejar el balón con la paciencia debida, aprovechar espacios más anchos para llegar pero desde luego echar mano de la puntería en el momento de la verdad.
Sólo un tercer gol del Barça arreglaría las cosas pues el estado anímico del sevillismo era de victoria, se respiraba esa convicción en las gradas, y el colegido, Juan Martínez Munuera, que aún no le había quitado nada al Barça, también empezó a sufrir miedo escénico. Pasada la media hora de la segunda parte la presión sevillista puso en jaque cada vez más a la defensa de Luis Enrique. Aunque disciplinada iba dando pasos atrás y encerrándose con el peligro de que una imprecisión arruinase todo el trabajo. La medular del Barça perdió algo de gas. Messi bajaba a intentar ganar balones y contragolpear. El último cuarto de hora prometía ser de infarto y así fue.
El premio para el Sevilla fue recuperar un balón, en el único error de Piqué en bastantes partidos, y combinar para que Gamero hiciera realidad algo que en el primer tiempo parecía imposible: salvar un punto ell Pizjuán celebró como un triunfo histórico.
Fuente: Mundo Deportivo